El Arte y sus Manifestaciones (1 de 2) Acercarnos

Por Randy Rapozo | | [email protected]

25 octubre, 2016 - 12:11 PM


Víctor Ángel Cuello

Es como si los pintores fuesen penetrando poco a poco desde el paisaje despejado, a través de una serie creciente de primeros planos, hasta la intimidad de la familia. Porque estos pintores no pintaban solo para satisfacer a sus clientes, sino para satisfacerse a sí mismos. Y lo que buscaban era una manera de pintar luz.

 

Acercarnos a una obra de arte va a depender de varios elemen­tos que nos llevarán a una concep­ción, la cual puede ser objetiva (ca­rácter intelectual) o subjetiva (ca­rácter sentimental). La apreciación de una obra de arte es una inter­pretación individual entre el artis­ta y la obra y entre la obra y el es­pectador

La aproximación la podemos ha­cer desde varios aspectos: el téc­nico, lo temático e ideológico. La interpretación estará constituida por una complejidad que encie­rra la comprensión del mensaje de la obra, determinada por una con­fluencia de elementos enlazados que dan estructura a la obra que tenemos a nuestro frente.

Es así que la obra de arte re­presenta una imagen que se logra a través de la mezcla, la unidad y la unión de distintos elementos que integran lo que llamamos compo­sición, estos son: las líneas, el vo­lumen, las áreas, el color, los valo­res, el equilibrio, la proporción, el ritmo y el énfasis, por lo que toda obra de arte se vale del lenguaje para expresar o comunicar y es­to lo logra mediante la metáfora con la que transforma la realidad.

En tal virtud, y en lo que respec­ta a contemplar o examinar obras de arte, de ciertas cosas que, para el artista que concibió dichas obras, eran sucesos o incluso inconscien­tes y dadas por sabidas. Esto re­sultará de mucha importancia para las futuras generaciones, y en es­te contexto citamos por ejemplo, que los pintores y escultores egip­cios y asirios registraban la vida ofi­cial de reyes, hombres y dioses. Al hacerlo, nos relatan muchas cosas de su vida y quehacer cotidiano, e incluso, si no pudiésemos leer los jeroglíficos egipcios ni la escritura cuneiforme asiria, y si no tuviéra­mos más que un par de figuras de cada uno, todavía podríamos de­ducir con lógica ciertas cosas res­pecto a ellos. Al parecer, los egip­cios se visten con ropas de tela fi­na, a menudo transparente o diá­fana como gasa. Es pues proba­ble que sea de algodón o lino, o una fibra vegetal, que no es lana, y podemos sacar la conclusión que la gente que vestía de esa manera formaba parte de una sociedad de terratenientes y cultivadores. Ade­más, las insignias reales que sim­bolizan autoridad son la hoz y el mayal de desgranar.

En el caso de los asirios, estos visten ropajes que parecen pesa­dos, orlados y con borlas. Visten de lanza y su sistema social se ba­sa en la ganadería, poseen reba­ños de camellos, ovejas y cabras.

Es así que la sociedad egipcia se fundó sobre la posesión de tie­rras y la herencia, era conservado­ra, estable, y con una jerarquía bien marcada. En lo que respecta a la sociedad asiria, esta dependía de ganaderos seminómadas, que se­guían pastos de temporada y es­taba más expuesta a fluctuaciones económicas, a conquistas sucesi­vas, y era menos estable. Median­te este análisis podemos iniciar la formación de un esquema bastan­te aproximado de las dos grandes civilizaciones primitivas, partien­do de testimonios muy pequeños.

En los siglos XVI y XVII los lla­mados Países Bajos, dígase Holan­da y Bélgica, se vieron en una si­tuación muy ventajosa respecto al resto de Europa. Los nuevos via­jes de descubrimiento y comercio hacia el Lejano Oriente y el Oes­te condujeron a una gran prospe­ridad en los negocios de importa­ción y exportación, y en la bancar mercantil. Uno de los resultados de esta prosperidad repentina en una región relativamente peque­ña fue una erupción de produc­tividad en la pintura. Este anima­do periodo de la pintura holande­sa comienza y termina con el si­glo XVII y se fundó sobre la visión analítica del pintor flamenco van Eyck. Los holandeses tenían que construir su tierra antes de cons­truir sobre ella, y para ellos, el ha­cer planes ordenados y la econo­mía llegaron a ser su segunda na­turaleza. Pintaron sus paisajes, he­chos por la mano del hombre, con esa luz clara peculiar de un terri­torio que nunca está lejos del mar. Pintaron sus bien ordenadas ciu­dades de ladrillos rojos, las casas y los patios, y las habitaciones que son como vistas en un acuario, y grupos de naturaleza tranquila, re­tratos de los burgueses y sus es­posas, no vestidos de griegos y ro­manos, ni con armaduras de cere­monia, sino tal y como eran, a ve­ces muy feos, con sus ropas bien cortadas y cómodas.

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