Rubén Darío, un gran poeta y un pobre hombre

Por Randy Rapozo | | [email protected]

26 octubre, 2016 - 10:35 AM


Por su genialidad como tro­vador de los más bellos sen­timientos de la humanidad, Darío era como una especie de embajador at large de la intelectualidad continental americana.

 

Por Pedro Julio Jiménez Rojas

En razón de que la política y los deportes de competición son las actividades humanas que más concitan la atención de los ciuda­danos en la mayoría de los países del mun­do, es de esperar que en este año 2016 un considerable número de artículos de pren­sa en República Dominicana versaran so­bre el primer centenario de la intervención norteamericana del 1916.

En el escenario más restringido, pero no menos importante del Arte en general y de la literatura hispanoamericana en particu­lar, se evocarán tanto los primeros cien años del fallecimiento del bardo centroamerica­no -nicaragüense para más señas – Rubén Darío, como los cuatro siglos de la muer­te de Don Miguel Cervantes. Otras figu­ras de talla universal que también recorda­remos serán Shakespeare y el Inca Garcila­so de la Vega, por el cuatricentenario de su desaparición.

Félix Rubén García Sarmiento (1867- 1916) es mejor conocido por el escueto Rubén Darío – que no es un pseudónimo como ge­neralmente se cree- ya que en homenaje a sus ancestros -los Darío-quiso asumir ese nombre como patronímico, y por las maravillosas y sorprendentes cosas que dijo y la revolución que provocó en la versificación española, se le conoció luego como “El Cisne de Amé­rica” o el “Príncipe de las letras castellanas”.

Por la extensión nada periodística de mis trabajos, un amigo me recomendó entregar por capítulos (I, II, etc.) mis reflexiones con­cernientes a este genial portalira-mesoameri­cano, queriendo con su publicación estimu­lar a los poetas de oficio o a los promotores de la cultura en general escribir sus impresio­nes en torno al estilo, producción y ocurren­cias rubendarianas en esta especial efeméride.

Con respecto al título escogido les di­ré que su autor fue un tal Vicuña Suber­casseaux, un escritor chileno totalmente ignorado en la actualidad, cuya personal opinión molestó muchísimo al poeta nica­ragüense. Estoy de acuerdo con su primera parte, pensando en la entrega final de estos artículos discurrir sobre la segunda, pro­pia de aquellos individuos víctimas del re­sentimiento y la ignorancia.

Dentro del puntilloso y cizañero ambien­te de los rapsodas dominicanos se considera­rá un atrevimiento intolerable que alguien cuya formación profesional sea el cultivo de la tierra y el cuidado de las plantas, como es el caso de los ingenieros agrónomos, inten­te siquiera incursionar en una actividad hu­mana donde las emociones y los sentimien­tos constituyen el objetivo fundamental.

Con la finalidad de evitar posibles des­acuerdos con los miembros del colectivo lí­rico nacional debo en primer lugar, adver­tirles que la poesía es un asunto de sensibi­lidad, no de voluntad; es una cuestión de vocación, no de profesión; y es por ello que en la generalidad de los países que conozco son más los que en secreto la cultivan -abo­gados, médicos, empresarios- que quienes la tienen por oficio u ocupación.

En el caso de no estar convencido de lo anterior debo recordarles que a la hora ac­tual el novelista francés más destacado es un ingeniero agrónomo de profesión llamado Michel Houellebecq autor de la polémi­ca obra “ Sumisión”-Anagrama 2015- co­nociendo además veterinarios, agrimenso­res y dentistas que han escrito poemas que no desmerecen ser incluidos en la Antolo­gía más meticulosa.

Tampoco deben inquietarse los bardos del patio por las probables burradas y “as­nalidades que podría expresar si me dispu­siera analizar la versificación rubendariana, ya que mi intención al escribir esta serie de artículos es más bien reseñar la conmoción que produjo su poesía en España, su ator­mentada personalidad, referir una que otra anécdota, y en particular su estrecha amis­tad con algunos intelectuales dominicanos.

En esta primera entrega debo por obli­gación, señalar el gran influjo que tuvo en la decisión de redactar estos trabajos la lec­tura de dos libros ya agotados de Don Emi­lio Rodríguez Demorizi (1904-1986), naci­do en Sánchez, Samaná; considerado por la crítica vernácula como el más sobresalien­te, veraz y prolífico documentalista en la historiografía dominicana de ayer y de hoy.

Es el autor de más de un centenar de tí­tulos, folletos y artículos en reputadas pu­blicaciones y órganos de difusión represen­tando lo más interesante de sus divulgacio­nes la aportación de datos, notas e informa­ciones originales difícilmente encontradas en autores que tratan el mismo tema o per­sonaje, siendo en consecuencia muy valio­sa su consulta a la hora de escribir.

Las obras estudiadas y leídas con admi­ración resultantes de un arduo como es­crupuloso proceso de investigación fueron “Rubén Darío y sus amigos dominicanos” publicada en el 1948 por ediciones Espiral de Colombia y “Papeles de Rubén Darío”, de 1969, por Editora El Caribe C por A, adquiridas gracias a la atinada política de re­producción y difusión del Archivo General de la Nación (AGN).

Si en esta ocasión escribo sobre un poe­ta debo necesariamente indicar que la poe­sía, al igual que el teatro, no son de mi en­tero agrado cuando me dispongo a leerlos – otra cosa es escucharla o verlo – pero ocu­rre que para apreciar y disfrutar la geniali­dad de artistas universales como Walt Whit­man o Jacinto Benavente, por ejemplo, no hay más opción que disponerse a la lectura de sus producciones escritas.

Si me invitan a escoger los cinco rapso­das- ni cuatro ni seis- cuya lectura me han procurado mayor deleite por sus deslum­brantes imágenes, riqueza lingüística y filo­sofía de la vida respectivamente, selecciona­ría este prestigioso quinteto: Víctor Hugo, José Martí, Rubén Darío, Constantino Ka­vafis y Fernando Pessoa. Proceden de dife­rentes países, vivieron en medios distintos y todos tienen estatura universal.

Podría citar otros trovadores como Wil­de, Leopardi, Héctor J. Díaz, Santos Cho­cano, Tagore, Barba Jacob o Rimbaud, en­tre otros que han escrito páginas sublimes de inestimable valor poético, pero el estu­dio de las obras completas de los cinco an­teriormente mencionados me han propor­cionado una deleitación espiritual que en no pocas ocasiones ha bordeado las fronteras del placer físico corporal. Ellos me han brin­dado lejanas pero perdurables emociones.

En esta primera entrega referente a cier­tas generalidades debo consignar que la veci­na República de Nicaragua ha dado hasta el momento media docena de figuras con pro­yección mundial como son: Rubén Darío, Augusto Sandino, Sergio Ramírez, Ernes­to Cardenal, El comandante Cero y Bianca Jagger. Esta última por su matrimonio con el líder de los Rollings Stone, siendo el pri­mero el más ecuménico de todos.

Como nos sucede a la mayoría de los lati­noamericanos, siempre renegamos de nues­tro lar nativo al conocer o visitar los paí­ses desarrollados, y cuando se le preguntó a Rubén Darío por qué no se quedaba en Nicaragua con sus amigos y dejaba de pe­regrinar por el mundo, esto contestó: por­que no me quiero cerdificar, todo el que allí se queda se cerdifica y no quiero ser yo uno de los de la piara.

Al igual que José Martí -junto a Víctor Hugo y Verlaine fueron sus mayores in­fluencias- Amado Nervo, Fabio Fiallo, Ale­jo Carpentier, Osvaldo Bazil, Gabriela Mis­tral y Pablo Neruda, entre otros. Rubén fue representante de su país en el servicio exte­rior y como el Apóstol de la independencia de Cuba, fue cónsul, no de su patria sino de otra, al aceptar ser designado por el presi­dente de Colombia Cónsul General de esa nación en la Argentina.

Aquello dicho por Federico Henríquez y Carvajal (1848-1952) ante la tumba de Eu­genio Mª de Hostos de que en esta Améri­ca infeliz se ignoran sus grandes vivos has­ta que no son sus grandes muertos, no iba con el autor de “Cantos de vida y esperan­za” al proferir una vez con la firmeza de un convencido esto:” Por hoy solamente tres en el mundo de la poesía: D’ Arrunzio, otro por ahí…y yo.

Para disfrute del mundo y desgracia para su salud Darío padecía del llamado Mal de Poe o de Verlaine, es decir, que era un dip­sómano que se excedía al tomar bebidas al­cohólicas, confesando en una oportunidad que varias de sus mejores poesías habían si­do consecuencia de su incurable etilismo. Por esta propensión, los celosos y envidio­sos de su genial inspiración consideraron que fue un pobre hombre. Cuán equivo­cados estaban.

Pedro Julio Jimenez Rojas segunda quincena de mayo

“Para apreciar y disfrutar la genialidad de artistas universales como Walt Whitman o Jacinto Benavente, por ejemplo, no hay más opción que disponerse a la lectura de sus producciones escritas”. Pedro Julio Jiménez Rojas.

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