Por Pedro Julio Jiménez Rojas
En razón de que la política y los deportes de competición son las actividades humanas que más concitan la atención de los ciudadanos en la mayoría de los países del mundo, es de esperar que en este año 2016 un considerable número de artículos de prensa en República Dominicana versaran sobre el primer centenario de la intervención norteamericana del 1916.
En el escenario más restringido, pero no menos importante del Arte en general y de la literatura hispanoamericana en particular, se evocarán tanto los primeros cien años del fallecimiento del bardo centroamericano -nicaragüense para más señas – Rubén Darío, como los cuatro siglos de la muerte de Don Miguel Cervantes. Otras figuras de talla universal que también recordaremos serán Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, por el cuatricentenario de su desaparición.
Félix Rubén García Sarmiento (1867- 1916) es mejor conocido por el escueto Rubén Darío – que no es un pseudónimo como generalmente se cree- ya que en homenaje a sus ancestros -los Darío-quiso asumir ese nombre como patronímico, y por las maravillosas y sorprendentes cosas que dijo y la revolución que provocó en la versificación española, se le conoció luego como “El Cisne de América” o el “Príncipe de las letras castellanas”.
Por la extensión nada periodística de mis trabajos, un amigo me recomendó entregar por capítulos (I, II, etc.) mis reflexiones concernientes a este genial portalira-mesoamericano, queriendo con su publicación estimular a los poetas de oficio o a los promotores de la cultura en general escribir sus impresiones en torno al estilo, producción y ocurrencias rubendarianas en esta especial efeméride.
Con respecto al título escogido les diré que su autor fue un tal Vicuña Subercasseaux, un escritor chileno totalmente ignorado en la actualidad, cuya personal opinión molestó muchísimo al poeta nicaragüense. Estoy de acuerdo con su primera parte, pensando en la entrega final de estos artículos discurrir sobre la segunda, propia de aquellos individuos víctimas del resentimiento y la ignorancia.
Dentro del puntilloso y cizañero ambiente de los rapsodas dominicanos se considerará un atrevimiento intolerable que alguien cuya formación profesional sea el cultivo de la tierra y el cuidado de las plantas, como es el caso de los ingenieros agrónomos, intente siquiera incursionar en una actividad humana donde las emociones y los sentimientos constituyen el objetivo fundamental.
Con la finalidad de evitar posibles desacuerdos con los miembros del colectivo lírico nacional debo en primer lugar, advertirles que la poesía es un asunto de sensibilidad, no de voluntad; es una cuestión de vocación, no de profesión; y es por ello que en la generalidad de los países que conozco son más los que en secreto la cultivan -abogados, médicos, empresarios- que quienes la tienen por oficio u ocupación.
En el caso de no estar convencido de lo anterior debo recordarles que a la hora actual el novelista francés más destacado es un ingeniero agrónomo de profesión llamado Michel Houellebecq autor de la polémica obra “ Sumisión”-Anagrama 2015- conociendo además veterinarios, agrimensores y dentistas que han escrito poemas que no desmerecen ser incluidos en la Antología más meticulosa.
Tampoco deben inquietarse los bardos del patio por las probables burradas y “asnalidades que podría expresar si me dispusiera analizar la versificación rubendariana, ya que mi intención al escribir esta serie de artículos es más bien reseñar la conmoción que produjo su poesía en España, su atormentada personalidad, referir una que otra anécdota, y en particular su estrecha amistad con algunos intelectuales dominicanos.
En esta primera entrega debo por obligación, señalar el gran influjo que tuvo en la decisión de redactar estos trabajos la lectura de dos libros ya agotados de Don Emilio Rodríguez Demorizi (1904-1986), nacido en Sánchez, Samaná; considerado por la crítica vernácula como el más sobresaliente, veraz y prolífico documentalista en la historiografía dominicana de ayer y de hoy.
Es el autor de más de un centenar de títulos, folletos y artículos en reputadas publicaciones y órganos de difusión representando lo más interesante de sus divulgaciones la aportación de datos, notas e informaciones originales difícilmente encontradas en autores que tratan el mismo tema o personaje, siendo en consecuencia muy valiosa su consulta a la hora de escribir.
Las obras estudiadas y leídas con admiración resultantes de un arduo como escrupuloso proceso de investigación fueron “Rubén Darío y sus amigos dominicanos” publicada en el 1948 por ediciones Espiral de Colombia y “Papeles de Rubén Darío”, de 1969, por Editora El Caribe C por A, adquiridas gracias a la atinada política de reproducción y difusión del Archivo General de la Nación (AGN).
Si en esta ocasión escribo sobre un poeta debo necesariamente indicar que la poesía, al igual que el teatro, no son de mi entero agrado cuando me dispongo a leerlos – otra cosa es escucharla o verlo – pero ocurre que para apreciar y disfrutar la genialidad de artistas universales como Walt Whitman o Jacinto Benavente, por ejemplo, no hay más opción que disponerse a la lectura de sus producciones escritas.
Si me invitan a escoger los cinco rapsodas- ni cuatro ni seis- cuya lectura me han procurado mayor deleite por sus deslumbrantes imágenes, riqueza lingüística y filosofía de la vida respectivamente, seleccionaría este prestigioso quinteto: Víctor Hugo, José Martí, Rubén Darío, Constantino Kavafis y Fernando Pessoa. Proceden de diferentes países, vivieron en medios distintos y todos tienen estatura universal.
Podría citar otros trovadores como Wilde, Leopardi, Héctor J. Díaz, Santos Chocano, Tagore, Barba Jacob o Rimbaud, entre otros que han escrito páginas sublimes de inestimable valor poético, pero el estudio de las obras completas de los cinco anteriormente mencionados me han proporcionado una deleitación espiritual que en no pocas ocasiones ha bordeado las fronteras del placer físico corporal. Ellos me han brindado lejanas pero perdurables emociones.
En esta primera entrega referente a ciertas generalidades debo consignar que la vecina República de Nicaragua ha dado hasta el momento media docena de figuras con proyección mundial como son: Rubén Darío, Augusto Sandino, Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, El comandante Cero y Bianca Jagger. Esta última por su matrimonio con el líder de los Rollings Stone, siendo el primero el más ecuménico de todos.
Como nos sucede a la mayoría de los latinoamericanos, siempre renegamos de nuestro lar nativo al conocer o visitar los países desarrollados, y cuando se le preguntó a Rubén Darío por qué no se quedaba en Nicaragua con sus amigos y dejaba de peregrinar por el mundo, esto contestó: porque no me quiero cerdificar, todo el que allí se queda se cerdifica y no quiero ser yo uno de los de la piara.
Al igual que José Martí -junto a Víctor Hugo y Verlaine fueron sus mayores influencias- Amado Nervo, Fabio Fiallo, Alejo Carpentier, Osvaldo Bazil, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, entre otros. Rubén fue representante de su país en el servicio exterior y como el Apóstol de la independencia de Cuba, fue cónsul, no de su patria sino de otra, al aceptar ser designado por el presidente de Colombia Cónsul General de esa nación en la Argentina.
Aquello dicho por Federico Henríquez y Carvajal (1848-1952) ante la tumba de Eugenio Mª de Hostos de que en esta América infeliz se ignoran sus grandes vivos hasta que no son sus grandes muertos, no iba con el autor de “Cantos de vida y esperanza” al proferir una vez con la firmeza de un convencido esto:” Por hoy solamente tres en el mundo de la poesía: D’ Arrunzio, otro por ahí…y yo.
Para disfrute del mundo y desgracia para su salud Darío padecía del llamado Mal de Poe o de Verlaine, es decir, que era un dipsómano que se excedía al tomar bebidas alcohólicas, confesando en una oportunidad que varias de sus mejores poesías habían sido consecuencia de su incurable etilismo. Por esta propensión, los celosos y envidiosos de su genial inspiración consideraron que fue un pobre hombre. Cuán equivocados estaban.
Pedro Julio Jimenez Rojas segunda quincena de mayo
“Para apreciar y disfrutar la genialidad de artistas universales como Walt Whitman o Jacinto Benavente, por ejemplo, no hay más opción que disponerse a la lectura de sus producciones escritas”. Pedro Julio Jiménez Rojas.